La crisis derivada de la pandemia del coronavirus también ha trastocado la enseñanza superior. Durante los primeros meses de confinamiento, las universidades improvisaron medidas, reforzaron sus infraestructuras tecnológicas y formaron con urgencia a los profesores menos habituados a utilizar recursos en línea. Sin embargo, aunque estos cambios debían ser temporales, en el presente curso 2020/2021 se han apuntalado algunos de estos cambios e introducido otros, y ya hay quien perfila que el camino recorrido hacia la educación online se va a mantener incluso cuando la situación se normalice.
Estudiar a distancia
Elena López cursa 2º de Medicina en la Universidad de Granada. En los últimos meses ha pasado por la educación presencial, semipresencial y completamente online. Ha vivido en primera persona el proceso de ajuste que tuvieron que hacer en su universidad tanto estudiantes como profesores y, para ella, los primeros meses tras la llegada del Covid-19 fueron “un caos”. La respuesta de los profesores fue diversa, “se hizo lo que se pudo y algunas asignaturas se adaptaron mejor que otras”, cuenta Elena. Hubo “unos pocos” profesores que dieron clases online en directo, otros subieron material locutado y otros compartieron el temario en la plataforma de apoyo docente. En cuanto a los exámenes, cuenta la estudiante, se intentó dar más relevancia a la evaluación continua para quitar peso a un examen final “que no se sabía en qué condiciones iba a tener lugar”. Finalmente fueron todos online todos, aunque los profesores se mostraron “benevolentes”, “se remaba en una misma dirección”.
Pero este curso que empezó en septiembre ha empezado de otra forma. “Esta vez han sido exámenes muy complejos, con poco tiempo, más difíciles en general, y todo ello por el miedo a que los alumnos copiemos”. Por esos motivos, Elena, que tenía ciertas expectativas en las promesas de la educación en línea, ya no lo tiene tan claro: “Creo que he dejado un poco de desear la adaptación de la docencia a la educación online”.
Un caso opuesto es el de Noelia Belog, que también ha pasado por formación presencial (grado de Periodismo), semipresencial (máster en Marketing y Comunicación Digital) y en línea (FP de grado superior en Dietética). “Antes creía que estudiar online no era para mí”, valora Noelia. Por varias razones: no se sentía preparada para responsabilizarse totalmente de sus horarios y sus tiempos, siempre ha considerado muy importante poder relacionarse con otras personas. Y añade un tercer motivo, que encaja con un prejuicio que con frecuencia afecta a las formaciones en línea: “sentía que el material y los contenidos de este tipo de formación eran de peor calidad”.
Pero probada ya la educación a distancia, el balance es “mucho más positivo de lo que esperaba”. “No solo dispongo de mi tiempo como más me gusta, sino que los docentes, el centro y la metodología han sido impecables”, subraya Noelia.
Las ventajas de la enseñanza en línea
La flexibilidad es la clave
Una de las claves de la educación a distancia es que los contenidos puedan consultarse cuando el alumno quiera. “La educación a distancia no puede estar basada en la sincronicidad, en que todo el mundo se presente a la misma hora como en la presencial. Al contrario, la educación en línea debe respetar y apoyar la flexibilidad”, sentencia Ángeles Sánchez-Elvira, directora del Instituto Universitario de Educación a Distancia de la UNED, responsable de la mejora de la calidad de la enseñanza a distancia.
Para la estudiante de Medicina Elena López, la docencia onlinepermite “administrar el tiempo de forma más cómoda”, a la vez que ofrece una mayor accesibilidad al material de los profesores: powerpoints, apuntes de seminarios que ahorran tiempo, vídeos y otros recursos multimedia. “En lugar de dos horas de clase por la tarde, tienes 40 minutos de lectura comprensiva”, señala Elena, que también considera que este sistema favorece la participación: “Parece que desde tu pantalla es más fácil intervenir en clase o realizar las preguntas que surgen durante la sesión”.
Otra ventaja, señala Noelia Belog, es el acceso ilimitado a las clases impartidas por los profesores. “En la universidad tenía que tomar apuntes cual gatillo veloz. Ahora puedo asistir a la clase en directo, comunicarme por el chat y volver a ver las clases, ¡una fantasía!”.
Un contenido distinto para una formación diferente
En la educación presencial, señala Vicente Martínez, profesor de Matemáticas Aplicadas en la Universidad Jaime I, en Castellón, “no se puede repetir información porque un estudiante para la clase y el resto se aburre, ya que no todos van a tener la misma dificultad en el mismo tema. Con la educación online, cada estudiante puede individualizar su educación. El que recibe la lección puede planificarse de forma distinta tanto temporal como conceptualmente”.
Por ello, los contenidos de la formación online tienden a ser breves, normalmente en forma de vídeos locutados y a veces archivos sonoros. “Tienes que preparar muy bien los conceptos y los materiales, y temporalizarlos. También debes prever las posibles interrupciones y preguntas que los alumnos te harían en una clase presencial y que a distancia no vas a poder resolver en el momento”, explica Vicente Martínez.
Otro punto importante es la lucha por captar y mantener la atención. “En clase es más difícil que los alumnos desconecten o se duerman, pero en casa si se ponen un vídeo de media hora y a los cinco minutos se aburren, lo cortan. Los conceptos tienen que ser muy claros, deben ser píldoras conceptuales”, explica Martínez.
Las desventajas: la soledad y el riesgo de abandono
La libertad de decidir cuándo y cómo también tiene su lado negativo. “La formación en línea se dirige a estudiantes que sepan regular su aprendizaje; y si no saben, es nuestro deber enseñarles. Pero no pueden ser estudiantes que dejen todo para el final, tienen que organizarse”, señala Sánchez-Elvira, que dirige también la Cátedra UNESCO de Educación a Distancia de la UNED. La advertencia es seria: según datos del Ministerio de Universidades, la tasa de abandono en el primer año en la formación universitaria presencial es del 16,8%, pero del 45,2% en la no presencial.
“Evitar el abandono va a ser siempre un problema latente en la educación a distancia”, dice el profesor Martínez, de la Universidad Jaime I. “Hay que hacer que las cosas interesen a los alumnos, que se les acompañe, que se sientan tan alumnos como los presenciales, que se involucren en la representatividad de los órganos de las instituciones. Tienen que sentirse una parte más de la institución y del proceso de aprendizaje. Si no, pueden sentirse solos y, ante un problema, abandonar”, asegura.
Coincide con el profesor Noelia Belog, quien lamenta la falta de contacto con los compañeros de estudios y señala la “sensación de soledad” como el “punto más negativo” de este tipo de formación. Algo parecido opina Elena López: “Para mí, la universidad no es solamente ir a clase, tomar apuntes y estudiar. La universidad son los compañeros que se convierten en amigos, con los que vas a compartir muchas horas, entienden tus preocupaciones porque son las mismas, comparten tus alegrías porque viven lo mismo que tú. También las actividades que se organizan de forma paralela, que no es docencia al uso, pero nutren la experiencia. El ambiente de clase hace que te enfoques, que si no pillas el último párrafo de lo que acaba de explicar el profesor, tu compi de al lado te lo deja sin problema, que te quedes comentando la última práctica que acabas de tener con tus compañeros mientras vas a la cafetería a por un café y un suizo, los ratos de biblioteca”.
Hacia la formación superior del mañana
Para la directora del Instituto Universitario de Educación a Distancia de la UNED, las universidades presenciales tienen que ir adaptándose a la digitalización, pero no solo en la formación en línea, sino en el uso de más tecnología e internet en la propia aula y fuera de ella. “El seguimiento de los estudiantes es mucho más rico cuando el proceso de aprendizaje no termina cuando se cierra la puerta del aula y se acaba la clase. El reto es conseguir una formación seamless, sin costuras, donde estás aprendiendo continuamente, de manera formal e informal”, explica.
La irrupción del coronavirus ha supuesto, para Ángeles Sánchez-Elvira, “un gran disruptor en la educación y el gran acelerador en la transformación digital”. Pero, sostiene, el reto es para todas las fórmulas de enseñanza. “No es que la formación presencial y la formación en línea vayan cada una por un lado, sino que de lo que se trata es de cómo combinarlas para dar una formación de calidad, acorde a la que requieren y esperan los profesionales del siglo XXI”.
Según Sánchez-Elvira, la formación a distancia no solo requiere de unas buenas infraestructuras tecnológicas, sino de una metodología docente distinta, que sirva tanto para el estudiante de 20 años que cursa un grado como para la persona de 40 que quiere actualizar su formación. “Vamos hacia los microtítulos, las microcredenciales que den respuesta a las inquietudes de formación que se dan a lo largo de la vida. Que si necesitas una actualización no tengas que hacer un grado, sino que los centros te den la formación adecuada a lo que necesitas. Y eso, si ya estás trabajando y tienes el tiempo limitado, difícilmente puede hacerse de forma presencial”.
Cómo será la formación superior del mañana está todavía por decidir. Lo que sí parece seguro es que avances como la multiplicación de contenidos grabados por los profesores, los exámenes hechos desde el ordenador de casa o las tutorías online, que ya se hacían antes pero que ahora se han vuelto mucho más corrientes, van a seguir utilizándose cuando la situación se recupere y se termine de asentar la (nueva) normalidad.