Desde que comenzó la pandemia, el mundo laboral parece recluirnos progresivamente en una especie de servidumbre voluntaria, no solo porque ahora parece ocupar todos los ámbitos de nuestras vidas, sino también porque sus nuevos códigos son capaces de controlarnos totalmente. En el siglo XIX, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche ya afirmaba que “no hay mejor policía” que el trabajo. Nos hemos vuelto prisioneros de los plazos de entrega, esclavos del teletrabajo, continuamente vigilados por nuestros jefes… ¿Y si estuviéramos cada vez más sometidos por el trabajo? Y de ser así, ¿cómo podemos escapar de esta situación?
Puede que, en lo que va desde el inicio de la pandemia, en algún momento te hayas sentido hipercontrolado y privado de tus libertades, ya sea en el ámbito laboral, ante los nuevos métodos de control que implica el teletrabajo, como en tu día a día, debido a las medidas sanitarias. Quizás tengas la impresión de que el trabajo te acecha y te persigue para encerrarte aún más en su prisión.
Todavía no nos ha tocado vivir el escenario de 1984 u otra distopía por el estilo y, sin embargo, los métodos de control en el trabajo se han multiplicado en un año. Ahora, tu jefe puede rastrear en directo todo lo que haces en el ordenador mediante programas de seguimiento o a través de tu cámara web, y también puede llamarte o enviarte un sinfín de mensajes para comprobar que sigues trabajando. Según la socióloga francesa Danièle Linhart, las empresas recurren al taylorismo para tratar de controlar el trabajo de sus empleados porque no confían en su autonomía, y los vigilan porque están convencidas de que cuando el gato no está, los ratones bailan. ¿Y qué hacemos nosotros? Acatar las órdenes y las nuevas condiciones de trabajo porque no nos atrevemos a decir que no, sobre todo ante la inseguridad del mercado laboral. Pero, ¿este tipo de control es algo exclusivo de nuestra época?
En palabras de Nietzsche, no hay mejor policía que el trabajo, independientemente del contexto en el que vivamos. Esta fue su respuesta a Kant, el cual sostenía en sus Reflexiones sobre la educación (1803) que el trabajo nos disciplina, en el buen sentido de la palabra. Según Kant, el trabajo desarrolla las facultades propiamente humanas del autocontrol, la reflexión, la apropiación de un tema y la creación. Gracias al trabajo podemos dar lo mejor de nosotros mismos, en un marco estructurado y mediante obligaciones que resultan provechosas. Sin él, seguiríamos siendo animales a merced de nuestras pasiones, como la pereza. Solo después del trabajo podemos disfrutar del descanso, sintiéndonos orgullosos de lo que hemos conseguido.
Garantizar de orden social
En Aurora (1881), Nietzsche critica esta visión optimista del trabajo. Valora los impulsos creativos y originales y ve el mundo laboral como un universo hipercastrante. A diferencia de lo que se nos promete, el trabajo no está pensado para hacernos evolucionar, sino para convertirnos en marionetas obedientes. El trabajo nos ofrece un propósito mínimo con rápidas satisfacciones materiales, desviando nuestra energía de la reflexión, los sueños y los sentimientos. Para Nietzsche, quienes valoran el trabajo como una entrega de sí mismos en beneficio del interés general en realidad tienen miedo al deseo de independencia y a los proyectos individuales fuera de la norma.
Según Nietzsche, el trabajo nos ofrece un propósito mínimo con rápidas satisfacciones materiales, desviando nuestra energía de la reflexión, los sueños y los sentimientos
¿El concepto de trabajo de Nietzsche sigue vigente hoy en día? Él mismo respondería que sí, ya que el mercado laboral actual sigue exigiendo que nos ajustemos a un molde, con la diferencia de que su forma ha cambiado del mundo agrícola e industrial a las empresas de servicios y las startups. Para el trabajador de 2021, el policía es tu jefe: tú acatas sus órdenes, temes su mirada y le rindes cuentas, y él te evalúa.
Según Nietzsche, esto garantiza la estabilidad y la seguridad de la sociedad, puesto que todos hacen su trabajo sin cuestionar el orden social establecido. Y, si echamos un vistazo a la historia del trabajo, veremos que esta tesis se corrobora. En su libro La metamorfosis de la cuestión social, publicado en 1995, el sociólogo Robert Castel demuestra que, desde la Edad Media, a los vagabundos y a los parias se los obligaba a trabajar para evitar que vagasen por las calles y diesen mal ejemplo. El buen pobre es el que trabaja duro.
Por su parte, el historiador Alessandro Stanziani afirma que este trabajo forzado continuó hasta principios del siglo XX tanto en los países capitalistas desarrollados como en sus colonias, incluso después de la abolición de la esclavitud. A lo largo de la historia, las empresas y las autoridades han recurrido a numerosas técnicas de control, como dejar de pagarles el sueldo a sus trabajadores para evitar que se marchasen, o la implantación de la cartilla obrera, un documento de identidad profesional que los obreros debían presentar para justificar sus movimientos. Este control social pone de manifiesto el miedo de las clases altas al proletariado, al que relegan a la “prisión” del trabajo.
Entonces, ¿qué podemos hacer para escapar de este control en el trabajo y mediante el trabajo? Tal y como afirma Danièle Linhart, es preciso denunciar el vínculo de subordinación entre la empresa y el empleado. En su reciente libro L’insoutenable subordination des salariés (que en español se traduciría como La insoportable subordinación de los trabajadores), Linhart propone construir un sistema salarial más autónomo, donde los trabajadores puedan elegir colectivamente qué producir y cómo producirlo, sin estar sometidos de forma pasiva a las órdenes de sus superiores.
Y a medida que vayamos dejando de lado nuestra sumisión en el ámbito laboral, también podremos convertirnos poco a poco en ciudadanos más activos.
Este artículo es el primer episodio de nuestra serie que combina filosofía y trabajo, “Philo Boulot”. Ha sido escrito y producido en asociación con el canal francés de YouTube META.