Aquellos que me conocen saben que la docencia es una de mis grandes pasiones, y que la compagino con mi actividad profesional desde hace muchos años siempre que puedo, porque me apasiona y porque creo que compartir conocimientos también es una forma de contribuir a hacer de este mundo un sitio mejor.
Al comienzo de mis clases, durante mi presentación inicial, siempre comento a los alumnos que en mi aún inacabada vida como estudiante me he encontrado con profesores malísimos.
Hubo alguno bueno, sí. Alguno brillante al que apetecía ir a escuchar, también (los menos). Pero la mayoría, y refiriéndome sobre todo en la época universitaria eran malos, muy malos.
Se notaba que no querían estar allí, o que en realidad el hecho de que el alumno aprendiera o no les daba igual. Ese no era su foco, y yo no lo podía entender. Supongo que existirían otras muchas facetas de la vida de profesor que eran las que realmente les atraían o les habían hecho llegar allí (la investigación, una cátedra, un sueldo fijo, el horario, las vacaciones largas, la falta de aptitud o actitud para competir en un entorno empresarial….no lo sé), pero estaba claro que no les gustaba dar clase y no estaban allí por eso.
En mi carrera de ingeniería, pasé asignaturas que tenían un 95% de suspensos, entre gente que iba a clase, que estudiaba y que no eran tontos precisamente (la mayoría de los que estábamos allí entramos con notas de corte de sobresaliente en selectividad y bachillerato), pero sin embargo se pretendía hacer responsables a los alumnos de ese fracaso. Daba igual ir a clase o no, porque todo dependía de una idea feliz el día del examen.
Cuando yo comenté esas cifras de suspensos en Austria, durante mis estudios en la Tü Graz, los alumnos y profesores me comentaban que si eso sucediera allí expedientarían o despedirían al profesor de forma fulminante. En mi universidad de origen sin embargo parecían vanagloriarse de tener esas cifras: a más suspensos tengo, más duro soy, y por tanto más elitista y excelente es mi materia.
Si en mi clase suspendiera no un 95% sino un 40%, yo me sentiría un fracasado como profesor.
Sin entrar aquí demasiado en política, vaya por delante que creo que una de las peores cosas que le ha pasado a la educación es precisamente la condición de funcionarios de los profesores de los centros públicos. El hecho de que un mal trabajo, unos malos resultados, la mediocridad o la falta de interés e innovación no sean nunca penalizados ni castigados, sin duda que no contribuye a un sistema educativo eficiente. Además, tampoco la condición de funcionarios les está dando muchos beneficios, porque en la mayoría de casos son interinos, con la inestabilidad y precariedad que eso supone.
¿Por qué son funcionarios los profesores? Los centros deberían escoger a sus profesores entre los mejores, según su CV, su experiencia, su preparación y sobre todo, su desempeño. Y aquel que no funcione, que no se esfuerce, que no dé resultados, que no se actualice…que tenga claro que tendrá consecuencias, como en cualquier empresa. No hay nadie más desmotivado que aquel que no teme tener malos resultados porque nada sucede cuando es así.
Dejando de lado su motivación, ¿por qué sucedía esto? ¿por qué hay profesores tan malos?
Pues independientemente de su motivación o intereses, precisamente porque no ponían al alumno en el centro de la experiencia (en este caso la experiencia educativa). Una clase no debe ser un espacio donde el profesor va a lucirse o a decir todo lo que sabe hacer, o todo lo que ha conseguido. Es un espacio donde va a tratar de que los alumnos salgan de allí sabiendo hacer cosas. Salgan habiendo aprendido.
Esta idea tan sencilla sin embargo no se aplica en muchos casos. Si un profesor no entra con el objetivo claro de que sus alumnos aprendan, de que salgan de ese aula sabiendo hacer cosas nuevas, con interés, con motivación por usar lo aprendido y por seguir aprendiendo, la clase va a ser una mierda.
Por eso lo primero que yo hago al entrar en una clase es preguntarle a los alumnos qué quieren aprender a hacer, y lo apuntamos en una lista. Y me esfuerzo para que una vez terminada la asignatura repasemos ese listado de cosas una a una y sean ellos (no yo) quien evalúe si ha aprendido todo aquello (y esperemos que algo más) de lo que dijo al inicio de la clase que quería aprender.
Pongamos al alumno en el centro. Esforcémonos porque aprenda, escuchémosles, demos lo mejor de nosotros y abrámonos en canal a compartir lo que sabemos, una clase es el espacio más enriquecedor del mundo si se hace así.
Mi reconocimiento y admiración por todos aquellos profesores (funcionarios o no) que aun estando inmersos en ese ambiente que para nada incita a la excelencia, al esfuerzo, a la autoexigencia y a la innovación; aún así se esfuerzan y lo hacen con el principal objetivo de que sus alumnos aprendan. Ojalá los mediocres no consigan empañar su buen hacer ni desmotivarles a seguir haciéndolo.
Y tu, ¿qué quieres aprender a hacer hoy?
- Docente Guille Rodríguez.