A los seres humanos, la cercanía con la muerte nos puede paralizar o movilizar al cambio. La pandemia funcionó para muchas organizaciones y ejecutivos como un catalizador de transformaciones.
Lo rotundo de la pandemia puso en jaque posturas conservadoras anquilosadas que demoraban el cambio, una y otra vez, aún cuando era obvio que había que ir hacia él.
Es paradójico y puede sonar irracional, pero el ser humano se anima a arriesgar más cuando está más en riesgo. No hay mucha ciencia. Cuanto mayor el peligro, menos hay para perder y más para ganar. El peligro produce miedos pero también nos libera un poco de ellos: es ahora o nunca.
Hay quienes dicen que actuamos solo porque sabemos que vamos a morir. Si siempre tuviéramos más tiempo, nos quedaríamos sin tomar decisiones. Es el “deadline” el que nos impulsa a actuar.
El “deadline” (línea de la muerte) es un anglicismo que se refiere justamente a lo finito de un plazo, a un límite para el tiempo del que disponemos. Sirve porque logra disparar nuestra acción. Funciona como una alerta (a veces estresante) para la continuidad o la supervivencia de ese proyecto.
Lo perfecto es enemigo de lo bueno. Hay un momento en que debemos dar el salto, siempre vertiginoso e incierto. Muchas compañías y muchos ejecutivos, sólo toman las decisiones cuando no les queda alternativa, cuando están entre la espada y la pared.
Algunas personas precisan esa presión para poder gatillar su acción. Detrás, suele estar el miedo, que sólo se quita de enmedio cuando no hay posibilidades de seguir estirando la decisión. Esto también les pasa a los genios creativos.
En una ocasión le preguntaron a George Lucas cómo hacía para terminar sus películas. ¿Cuando sabe que ya está lista? Respondió: “yo no las termino, a mí me las sacan de las manos”.
¿Cómo sabemos que la obra que un artista desarrolla ya está lista? ¿Cómo sabemos que un libro está terminado o que este artículo no requiere una nueva revisión? Una persona indecisa suele quedar atrapada en las redes de las conjeturas, de los análisis in-finitos.
Es común encontrarse con gente que le teme a “pensar demasiado”. Se habla de la “parálisis por análisis” para los casos en los que nos tomamos tanto tiempo analizando que no podemos avanzar. Esto, en contraposición con actuar sin pensar o decidir por puro instinto que también tiene sus riesgos.
Los latinos reconocían una tensión entre el discurrir, que proviene etimológicamente del correr por doquier, y la simple aprehensión, que es la captación inmediata de algo.
Solemos correr o patear interiormente decisiones, sobre las cuales, en ocasiones, ya sabemos lo que debemos hacer. Esa carrera nos agota porque nos consume energía y capacidad de respuesta a otros eventos que nos rodean. Nuestro sistema operativo está ralentizado porque sabemos que tenemos pendientes por resolver. Eso no es bueno.
La pandemia fue un deadline en muchos sentidos. Nos obligó a tomar decisiones repentinas y abruptas, sin siquiera saber la duración y las consecuencias que tendrían para nuestras vidas y para nuestros negocios.
Por ello, con la muerte tan presente y disponible, no es raro que haya tanta gente repensando sus vidas, acercándose a explorar decisiones postergadas, a re-flexionar algunas de las decisiones que más constituyen a un ser humano: ¿Trabajo en lo que me gusta? ¿Estoy rodeado de la gente correcta? ¿Hago lo que me hace feliz?
A raíz de los cambios que la pandemia generó, muchos aceleraron el modo de tomar decisiones. Allí donde había temores y procrastinación, algunos pusieron asertividad y asumieron los riesgos de cambiar de vida o transformar su negocio.
Hay preguntas que conviene no macerarlas mucho tiempo y buscarles una respuesta. Caso contrario, uno se acostumbra a ellas, las esquiva. Así, la vida pierde su dulzura.