“Mira qué mono el bebé de mi hermana, ¡pesaba casi cuatro kilos cuando nació! La pobre estuvo agotada una semana entera, pero ya está mucho mejor, se recupera rápido”. Quizás no te hayas dado cuenta, pero la compañera a la que estás martirizando con mil fotos de un bebé desconocido acaba de poner los ojos en blanco. Pero no te preocupes, todos hemos sido un poco pesados alguna vez, incluso en el trabajo. Aunque tengamos las mejores intenciones del mundo, hay ciertas actitudes que irritan y hasta podrían deteriorar las relaciones entre colegas a largo plazo. Hacemos un repaso de las actitudes que, aunque parezcan simpáticas a primera vista, es mejor evitar si no quieres convertirte en el compañero del que todos huyen en la oficina.
El optimista
El optimista empedernido siempre anda con una sonrisa de oreja a oreja, tiene un tatuaje que dice YOLO (las siglas de la expresión “solo se vive una vez” en inglés) en el hombro y su lema es: “Es mejor ver el vaso medio lleno”. Su dosis de positivismo es agradable en el día a día, pero cuando le cuentas un problema, siempre intenta reconfortarte y te dice que hay que poner las cosas en perspectiva y concentrarse en lo positivo. Pero es que, seamos sinceros, eso no aporta ninguna solución. Todo lo contrario, a fuerza de restarle importancia al problema, uno acaba por minimizarlo e invisibilizarlo.
“A menudo, las personas se centran en lo positivo porque temen hacer reproches. Reprochar no sirve de nada porque centra la atención en el pasado”, precisa Nathalie Hammou, directora general de Interactifs France, una empresa francesa de consultoría especializada en inteligencia relacional. En lugar de ofrecer palabras pseudotranquilizadoras, es mejor escuchar con atención para comprender el problema de la otra persona y ayudarle a pensar en posibles soluciones. O al menos mostrarle que la escuchas y la entiendes, lo que ya de por sí es muy valioso.
El “yoísta”
Siempre tiene algo que decir y, como cosa rara, es el héroe de todas sus anécdotas. Lo hace todo mejor que los demás, por lo que descarta rápidamente los comentarios de los demás, que simplemente le dan pie para seguir narrando sus propias hazañas. Por ejemplo, si alguien dice: “Ayer cerré tres tratos; el primero no fue nada fácil, pero…”, le interrumpe de inmediato con un comentario del tipo: “Ah, yo ya he cerrado cinco y ni siquiera hemos terminado la semana”. A este compañero, auténtico experto en el arte de interrumpir a los demás, nada le gusta más que el sonido de su propia voz.
En pocas palabras, se trata de una persona para la que todo es “yo, yo, yo”, con una vida llena de aventuras y que no parece conocer las normas de educación más básicas a la hora de tener una conversación, a pesar de tener una lengua bien afilada. “Una relación es como un baile: para que fluya bien, es necesario escucharse mutuamente. Si no lo hacemos, no podemos estar en armonía con la otra persona”, destaca Nathalie Hammou. Para no marear a sus compañeros, el “yoísta” debe tomar conciencia de que habla demasiado de sí mismo, en detrimento de los demás. Por esta razón, es aconsejable que se esfuerce y permita que sus compañeros también se expresen y que aprenda a comunicarse de forma más equitativa y equilibrada. Saber escuchar es tan o más importante que saber hablar.
El consejero autoproclamado
Podríamos escribir un libro de desarrollo personal llamado Un consejo al día durante un año con sus valiosos comentarios. Esta persona es una especie de eminencia gris, siempre encantada de dar su opinión, aunque no se la pidas. Por supuesto, recibir consejos puede ser muy útil y oportuno, siempre y cuando los hayas pedido. En caso contrario, puede resultar desagradable recibirlos. Por ejemplo, quizás te estés rompiendo la cabeza con un proyecto, pero eso no significa que necesites que alguien venga a decirte cómo hacer tu trabajo.
“El problema es que las personas con este perfil suelen ser un poco moralistas, y ¿a quién le gusta que le anden sermoneando? A nadie”, explica la especialista en inteligencia relacional. Para decir lo que piensas sin pasar por un sabelotodo, Nathalie Hammou recomienda que te asegures de que la otra persona desea escuchar el consejo antes de dárselo. “Explicar con claridad que tienes la intención de dar un consejo y preguntarle a la otra persona si está abierta a escucharlo hará que lo reciba con más atención. Pero si se lo impones, perderás su cooperación”. Asimismo, recuerda que a veces las personas no necesitan un consejo, sino simplemente sentirse escuchadas y comprendidas.
El libro abierto
Este es un compañero difícil de evitar, que no puede resistirse a relatar sus aventuras de la noche anterior al primero que se le cruce. No es raro oírle contar historias como: “A las 11 de la noche, ya habíamos terminado todo el alcohol, así que robamos unas botellas detrás del bar y terminé totalmente borracho con la cabeza en el váter”. Muy interesante, pero es poco probable que la nueva empleada tenga ganas de escuchar tus anécdotas de fiesta cuando ni siquiera le has dejado terminar el café de la mañana en paz. Si bien es necesario compartir tu día a día fuera de la oficina para entablar relaciones con tus compañeros, es mejor que lo hagas por etapas y que no cuentes toda tu vida a todo el mundo.
“Hablar de tu vida personal para relacionarte con otra persona solo funciona si ella tiene ganas de escucharte”, precisa la directora general de Interactifs. Por ello, antes de contar todos los detalles de tu última visita al ginecólogo o de pasar horas hablando de la persona que te gusta, asegúrate de que tu interlocutor no solo está disponible para oírte, sino que de verdad le gustaría hacerlo.
El psicólogo
Al ver la cara larga con la que andas esta mañana, corre preocupado hacia ti para conocer todos los pormenores de tu tristeza. “Se nota que no estás bien, ¿qué te pasa? ¿No has dormido bien? ¿Te has peleado con tu pareja? ¿Tienes problemas familiares? ¿Te duele la barriga?”. A pesar de su (supuesta) benevolencia y disposición para dedicarte toda su atención, este psicólogo improvisado puede adoptar con rapidez una actitud muy invasiva y obligarte a contar tus intimidades, incluso si no tienes ganas. Al contrario del “libro abierto”, el “psicólogo” debería asegurarse primero de que la otra persona desea abrirse, en lugar de presionarla con preguntas directas y posiblemente impertinentes.
Si uno de tus compañeros parece preocupado, lo primero que debes hacer es preguntarle si está bien. En función de su respuesta, puedes preguntarle si necesita a alguien con quien hablar de sus problemas, ya sean profesionales o personales. Y si el compañero en cuestión no tiene ganas de abrir su alma durante la pausa para el café, no hay ningún problema: no insistas y permítele lidiar con sus problemas a su manera y de forma privada.
“Sea cuál sea el tipo de relación, lo fundamental es transmitir un mensaje simple, directo y respetuoso. Esto es aún más cierto en un entorno profesional, en el que la calidad de las relaciones es un elemento muy importante”, destaca Nathalie Hammou. Es esencial que no impongas tus propios deseos y te asegures siempre de que tus compañeros no son víctimas de una interacción indeseada, si no quieres correr el riesgo de convertirte en el pesado de la oficina.