La inestabilidad laboral y el teletrabajo genera que muchas personas produzcan más de lo necesario ante el miedo y la incertidumbre.
Marta Tur coge carrerilla y cuenta de sopetón cómo ha sido un día cualquiera en estos últimos nueve meses, cuando decidió apuntarse a un máster intensivo a sus 32 años para relanzar su carrera de comunicadora. Se agobia al recordarlo: “Me levantaba a las 06.00 para escuchar la radio, pasaba hora y media en transporte público escuchando las noticias para estar al día y no perderme nada. Al llegar trabajaba en las prácticas, hacía más horas de la cuenta, comía en un comedor estruendoso junto a mis compañeros, con los que seguía hablando del trabajo. De ahí, a clase. Práctica, teoría, trabajos. Hora y media de vuelta a casa”. Coge aire: “Por Dios… Llegaba a las 22.00, hacía la cena y seguía con el trabajo de turno. ¿Ver una peli? Imposible. Si no retenía lo que me había dicho mi amiga hacía 10 minutos, como para empatizar con una historia. Solo paraba para lavarme los dientes y acostarme. Lo malo es que el estrés no me dejaba dormir. Y al día siguiente, vuelta a empezar”.
Autoexigencia, competitividad, adicción al trabajo, o lo que es lo mismo, productividad tóxica. Tur perdió su empleo al comienzo de la pandemia. Y, a pesar de trabajar desde los 15 años y tener un currículum bueno y extenso, decidió apostar por la formación ante la falta de expectativa laboral. Con suerte, pensó ella, la contratarían en una gran empresa. Pero su plan fue ambicioso hasta el extremo: “Me propuse ser la número uno de la promoción. No me permitía fallar. Pensaba que si un profesor se planteaba contratar a uno de nosotros, esa sería yo porque habría destacado sobre todos. Por eso trabajaba más de lo que me exigían en las prácticas y dedicaba a los trabajos horas interminables. Siempre había algo que mejorar, que editar, que añadir”.
Pero, ¿qué es exactamente la productividad tóxica? María Jesús Álava Reyes, psicóloga general sanitaria y especialista en Psicología del trabajo y las organizaciones, explica que es una situación que se da cuando se produce un exceso de trabajo, cuando se llega a situaciones límite. “Esto ocurre por miedo o exceso de presión. Producir se vuelve tóxico porque ese ritmo no se puede mantener a lo largo del tiempo y crea estragos en la salud. También crea un ambiente tóxico porque hay una descompensación entre el trabajo y el resto de tu vida”.
No es que la productividad tóxica solo se dé en el ambiente laboral. También ocurre si se obsesiona, por ejemplo, con entrenar cinco horas al día. Y cómo olvidar el confinamiento: “El mundo ardiendo, hecho un cristo, y nosotros en casa montando cursos online, visitando museos online, haciendo manualidades o cortándonos las uñas en nuestro Instagram Live para 32 espectadores”, como decía la escritora Anna Pacheco en una columna. Pero esta hiperproductividad ocurre especialmente en el trabajo porque es a lo que más tiempo dedicamos en nuestra rutina.
Y aunque esta situación es y ha sido habitual en nuestras sociedades hiperconectadas, la pandemia la ha avivado aún más. “El teletrabajo impide a muchos acabar tus tareas a las 17.00, por ejemplo, como antes”, explica la psicóloga Álava. “No desconectamos nuestros móviles y ordenadores, y todo a costa de un aumento de la jornada laboral con menos conciliación. A veces tenemos jornadas interminables, no hay límites”. Como le pasaba a Tur, que hasta seguía con sus trabajos el fin de semana. “Tenía que organizarme para ver a los amigos, si es que tenía tiempo”. PUBLICIDAD
La productividad tóxica afecta más a unos que a otros. Los tres psicólogos consultados para este reportaje coinciden en que, sobre todo, destaca en las personas ambiciosas, pero también en aquellas que tienen una baja autoestima. Elisa Sánchez, psicóloga Laboral en el Colegio de Psicología de Madrid, explica: “Las personas con alto nivel de exigencia sienten que no son suficientes a pesar de lo que hacen. Siempre necesitan de la opinión externa o del reconocimiento para sentirse válidos. Para ellas es relevante el miedo. Esta ansiedad se ha acentuado con la Covid por la incertidumbre y por no poder controlar lo que ocurre. ¿Qué es lo que sí pueden controlar? Lo que hacen ellos. Por eso trabajan más y, cuanto más lo vean los demás, mejor. Así tienen la sensación de que controlan el tiempo y su vida”.
José Ramos, Catedrático de Psicología del trabajo y las organizaciones en la Universidad de Valencia, también apunta a factores externos: las expectativas de la sociedad, la inestabilidad laboral y el ambiente: “En ocasiones nuestro trabajo se ve afectado por trabajar en entornos que son tóxicos y que nos exigen por encima de lo recomendable”. ¿El resultado? Nos sentimos presionados por miedo a no cumplir las expectativas de los demás. Lo que pensaba la joven Tur de los tutores de sus prácticas. “A mí nadie me decía que me fuera a casa, o que no volviera al día siguiente por haber trabajado tanto. Ellos estaban encantados. Pero la necesidad de cumplir te vuelve majara y te derrota. El que te la manda se ha quedado de rositas, y tú, loca”. Por eso a Tur, que es joven y que ya vivió la crisis del 2008, se le vienen los demonios al recordarlo: “No importaba que tuviéramos un trabajo aunque fuera una explotación, siempre había alguien que te decía ‘Ah, ¿que tienes trabajo? Entonces no te quejes porque eres afortunado’. Y nos lo creímos”. Por eso dice que en estos meses de agotamiento no podía parar de repetirse: “Que no me vuelva a pasar, que no me vuelva a pasar… “. Que no se quede sin trabajo, que no tenga que volver a poner copas, que no vuelva a sentirse infravalorada.
Así que llegados a este punto, ¿cómo reconocer que tenemos productividad tóxica? Habrá que escuchar las señales. Si le dicen que no tiene vida propia, sospeche. Si tiene ansiedad o estrés fuera de lo habitual, dude. Si tiene un estado de activación o nerviosismo, o si está agotado o saturado, piénselo. Hágalo si también cree que su estado de ánimo es bajo. Así lo explica María Jesús Álava en su libro de autoayuda La inutilidad del sufrimiento (La esfera de los libros).
La psicóloga Elisa Sánchez, directora de IDEIN, cree que deberíamos centrarnos en disfrutar del proceso y no solo en el resultado. “En lugar de quedarme sin cenar por terminar una última tarea, voy a quedar con un amigo, me voy a ir a caminar, voy a mirar el techo, lo que sea. Al igual que me pongo tareas para cumplir que no son sanas, puedo hacerlo para ponerme límites sanos y que sean buenos para mi relación con los demás”.
Para el experto José Ramos, el problema es detectarlo a tiempo, antes de que sea demasiado tarde. “Si consideramos el trabajo como un elemento importante, tendremos que prevenir el estrés. No podemos trabajar sin energía: hay que dormir, hacer deporte, salir con amigos”. También recuerda un compromiso a las empresas: “Es necesario entrenar a los directivos para que sepan hasta dónde es razonable exigir objetivos”. La experta Álava está convencida de que, en general, hay prácticas muy valiosas. “Cinco o diez minutos al día de entrenamiento de relajación o meditación nos vendría muy bien a todos”.
Al final, los tres expertos coinciden: la prevención, la terapia o ir al psiquiatra ayudará a evitar los efectos nocivos para la salud: insomnio y estrés, primero. Y después, la ansiedad y la depresión.
A la experta Sánchez le gusta comparar dos tipos de personas en este sentido: “Las personas del tiempo medido y las del tiempo vivido. Las primeras están pendientes del reloj y de la productividad. Las segundas no lo miran, pero disfrutan del momento. Como la típica amiga que siempre llega tarde, pero luego se queda hasta última hora”.