Los propósitos de año nuevo se suelen asociar con la práctica de las virtudes, como repasa Santiago Íñiguez, presidente de IE University. Elegir las virtudes se ajustan mejor a nuestras aspiraciones profesionales, centrarse en las virtudes en las que sobresalimos y no en nuestros puntos débiles, identificar nuestros rasgos más destacables (con ayuda de quienes nos conocen) y no olvidar que el objetivo es convertirnos en mejores personas son algunas de las claves para empezar el año con buen pie.
Como sucede cuando nos aproximamos al final del calendario anual, también en este fatídico 2020, muchos formulamos propósitos o resoluciones para el Nuevo Año, un ejercicio que promueve la reinvención personal, permite pasar página y empezar de nuevo, y refleja una actitud positiva de mejora continua y espíritu deportivo.
Los propósitos se suelen asociar con la práctica de las virtudes, esos hábitos operativos buenos que se adquieren mediante el ejercicio permanente, de forma análoga a como se desarrolla la musculatura con el deporte. Como las virtudes reflejan características positivas, tanto para el progreso personal y profesional como para la vida en sociedad, cultivarlas nos convierte en la mejor versión de nosotros mismos.
El estudio de las virtudes se remonta a la filosofía clásica, con pensadores como Aristóteles y Confucio, quienes enfatizaron la importancia de cultivar hábitos como la prudencia, la compasión, la paciencia, la honestidad, el coraje, la piedad, la diligencia, cuya práctica convertía al mundo en un lugar mejor.
Basado en la experiencia de expertos en educación, me permito sugerir algunos consejos sobre la práctica de las virtudes:
–Primero, hay que elegir qué virtudes se ajustan mejor a nuestras aspiraciones y nuestras responsabilidades profesionales, o los valores de nuestra empresa, dado que la lista de virtudes es larga y diversa. Algunas de estas virtudes están asociadas tradicionalmente a la práctica profesional, incluso al liderazgo y la gestión, entre las que se incluyen la sabiduría, la resiliencia, la templanza, la justicia y la sociabilidad.
–Segundo, es preferible centrarse en la práctica de aquellas virtudes en las que sobresalimos, más que en aquellas de las que carecemos. Tradicionalmente, uno de los objetivos de la educación era enderezar las desviaciones del comportamiento estándar, para superar lo que se entendían como defectos, por ejemplo, en un caso que resulta hoy chocante, enseñar a los zurdos a escribir con la mano derecha. Afortunadamente, la educación ha evolucionado y actualmente se enfatiza y valora la diversidad, así como potenciar las capacidades individuales. En este sentido, una de las contribuciones más interesantes de la psicología positiva consiste en mostrar que es más productivo, potencialmente exitoso y gratificante realzar las fortalezas, más que intentar corregir las debilidades.
–Tercero, es conveniente identificar las dos o tres virtudes más destacables que posee. En este punto, es preferible un diagnóstico por parte de nuestros amigos, mejor que un autodiagnóstico. Conocer nuestros factores distintivos puede ayudarnos a pulir la personalidad y a crear una mejor marca personal.
–Cuarto, hay que seguir la evolución y la mejora en el ejercicio de las virtudes. A veces, escribir un diario o llevar una cuenta de la evolución personal puede ser de gran ayuda. El honesto informe del progreso de las trece virtudes básicas que siguió Benjamin Franklin, así como su tabla de evaluación, es una ilustración vívida y admirable de sus esfuerzos de mejora.
–Quinto, hay que recordar que el objetivo principal de practicar las virtudes de la gestión es convertirse en mejor persona, y no tanto cultivar el ego personal o alcanzar un esmerado desempeño profesional. El sentido de las virtudes es mejorar el mundo mediante la propia mejora personal.
Finalmente, quiero aprovechar esta oportunidad para desearle un muy Feliz Año, en el que cumpla todos sus propósitos y logre realizar sus nobles sueños.